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Más que una historia de lactancia: de hijos a nietos.

Más que una historia de lactancia: de hijos a nietos.

El nacimiento de mi segundo hijo, el 27-12-2016, fue uno de los días más felices de mi vida. Se adelantó 3 semanas, tenía mucha prisa por conocer el mundo y nosotros por ver su carita al fin.

Fue un parto delicado debido a mi enfermedad (Diabetes tipo 2). Empezó con una fisura de bolsa, luego me lo provocaron y finalmente terminó en cesárea de urgencia por sufrimiento fetal.

La historia de mi segundo hijo es sobre una maternidad y embarazo tan diferentes al primero… Cuando esperaba a mi hija, que en breve tendrá 20 años, yo era una adolescente de 16, sola y sin familia, metida en un matrimonio forzado por quedarme embarazada. No tenía apoyo ninguno, además, culturalmente en el país de donde provengo es un tema que se trata diferente, ahí una niña como yo no era considerada apta en absoluto para hacerse cargo de su propio hijo y a finales del embarazo todo estaba decidido por mí, de la niña se iban hacer cargo mis suegros y yo terminaría mis estudios y atendería a mi marido, así que minutos después de nacer mi hija se encargó de ella su abuela enchufándole biberón y nadie en absoluto me preguntó si quería dar pecho, dieron por hecho que ésta tarea a mi edad no era adecuada, triste pero verdadero, hasta muchos años después no pude disfrutar del rol de ser madre y por supuesto nunca pude tener un vínculo adecuado con mi hija ya que nunca se me permitió decidir nada y encargarme de ella más de lo que a ellos les apeteciera.

Bueno, después de esta experiencia, no me planteaba tener más hijos la verdad, quedé bastante traumatizada, salí de mi país en busca de una vida nueva y un futuro mejor, a los 30 años me volví a casar enamorada y se me encendió el botón de la maternidad. Lo intentamos durante más de 4 años sin resultado, planteándonos hasta ponernos en manos de especialistas de fertilidad, pero enfermé, primero tuve una depresión muy severa, tomaba muchísima medicación, tuve un desorden alimenticio que me llevó a engordar casi 40 kilos en tan sólo un año y esto desencadenó diabetes hereditaria prematura. Ingresé en el hospital y me sometieron a una terapia que la verdad era muy larga pero me cambió por completo, borró mis fantasmas, me abrió los ojos para seguir adelante y no rendirme nunca, salí de hospital el 12 de marzo de 2016, mucho mejor pero aún con muchos tratamientos, el 31 de mayo, en nuestro sexto aniversario de bodas, me tocaba una revisión con mi doctora que llevaba todo mi tratamiento. Yo me encontraba fatal: con náuseas, muchísimo dolor de pecho, lo achacaba todo a llegada de mi periodo que nunca fue regular… Mi doctora nada más escuchar los dolencias que le comenté me miró y con mucha preocupación preguntó si no estaba embarazada, a lo que me reí y le dije que era imposible, me preguntó si usaba algún método anticonceptivo y le dije que ¡no! Porque estuve tanto tiempo intentando quedarme sin conseguirlo que no creí que fuera posible. De inmediato me mandó hacerme la prueba de embarazo con la enfermera y cual fue mi sorpresa, bueno ya lo podéis imaginar, ¡positivo! Me lo repitieron 3 veces, y de repente veo a mi doctora llorando, mi marido pálido y yo en un estado eufórico pero también desconcertada…

Mi doctora no paraba de decir que eso no iba salir bien, por aquella época estaba tomando 15 pastillas diarias, y de las potentes, nos mandó corriendo a urgencias de maternidad, después de una larga espera me confirmaron que dentro de mí había empezado una nueva vida hacía 6 semanas, su corazón ya latía y bien fuerte, de inmediato retiraron casi todo el tratamiento que tomaba, me derivaron a especialistas de obstetricia y endocrinología con un diagnóstico de embarazo de alto riesgo, por supuesto con algún que otro consejo para que no siguiera adelante por mi bien y por probables problemas de mi bebé, pero ni lo escuché, ni pensé en ningún momento en esta opción.

El embarazo empezó ser todo un terror, aparte de la abstinencia que me provocó el retirarme todos los ansiolíticos, antidepresivos, medicación para dormir, cambiar el tratamiento en pastillas para la diabetes por dosis criminales de insulina, y una dieta de 1200 kcal extra vigilada, me hacían exámenes cada semana tanto de control de mi glucemia que apuntaba 15 veces diarias, como ecografías tanto normales como ecocardiografías del bebé.

Estaba tan ilusionada aunque pasaba hambre y parecía ya un colador de tanto pincharme, aunque vomitaba 50 veces al día, cada semana que escuchaba que todo iba bien me daba más motivación y fuerza. Me empecé a preparar a conciencia para la llegada de nuestro hijo, mi mundo había cambiado, no tenía casi nadie cercano que tuviera bebés y no quería estar desinformada de todo lo que me hiciera falta en aspectos de cuidado, atención y bienestar de nuestro hijo, que cada vez faltaba menos para que llegara, creo que me saque mi segundo máster de todo lo que leído, sobre los pañales, ropita, desarrollo, lactancia, todo lo que encontraba lo devoraba, tenía claro que este bebé era un milagro y que me iba cambiar la vida. Sobre la lactancia, sinceramente no me planteaba ni sí ni no, esperaba que fuera algo natural que surgiera simplemente.

El parto, como he escrito antes, se complicó bastante y aun con felicidad de que mi hijo nació sano y en perfecto estado, después de la cesárea estuve 3 largas horas en la sala de recuperación. Estaba desesperada por verlo, abrazarlo, besarlo, me acuerdo que me subieron a planta sobre las 3 de la mañana, donde me esperaba mi marido con el niño en brazos llorando, yo no podía moverme pero en cuanto me lo pusieron en mis brazos ¡uff! Se me quitaron todos los males, ahí procedí yo de inmediato sacarme el pecho porque como lloraba mi instinto me guió a esto, pero, de repente, antes de poder si quiera acercar bebé al pecho, una enfermera casi gritando me dijo que no había tiempo para esto, que el bebé nació con la glucemia muy baja y necesitaba biberón de inmediato.

Me dejo de piedra porque no entendía nada: si el bebé estaba mal, ¿por qué esperaron 3 horas hasta traerme? Pero en el estado que estaba yo, recién operada y muy dolorida, aturdida por la anestesia, pues cogí el biberón y casi a su orden alimenté a mi hijo con él, que se quedó de inmediato dormido. Poquito tiempo después empezó llorar, tenía su primer pañal sucio, su padre lo cambió y me lo entregó y ya solos, en la intimidad saqué mi pecho y nos unimos primera vez en este precioso vínculo de lactancia, un poco torpemente, pero estaba mamando y yo tan feliz.

Nos pusimos a dormir y a las 9 de la mañana, con el control de los médicos, me miraron la glucemia y estaba rozando 50 (un bajón tremendo) y otra vez los gritos, esta vez de que por qué no hemos avisado que me sentía mareada y no hemos controlado. Inmediatamente me dijeron que sería complicado amamantar a mi bebé en estas condiciones, que era preferible dar biberón por el bien de los dos. Yo pedí que viniera una asesora de lactancia y al ser fechas después de navidad no había ninguna, suerte que la enfermera de turno que tocaba al verme tan afectada empezó a hablar conmigo y explicarme que no estaba la situación tan dramática como pintaron médicos, que sí podía dar pecho pero con muchísimo control y me explicó que si veía que estaba baja de glucosa debía tomarme un zumo de naranja de inmediato con un par de galletas esperar unos minutos y seguir dando pecho, después volver a mirar la glucemia.

Gracias a ella creo que cogí fuerzas y me tranquilicé, mi marido estaba preocupado e intentaba convencerme para darle biberón y para que no me sintiera mal. Decía que no era culpa mía, que nuestro hijo igual crecería sano y feliz, que lo que necesitaba era que yo estuviera bien, pero no quise escuchar a nadie solo miraba a mi niño y mi instinto me hacía seguir: le ponía al pecho todo el tiempo y en cambio ellos me traían biberones cada 3 horas (los cuales tiraba por la taza de váter y no decía ya nada). Aparecieron pequeños problemas de agarre, sólo se enganchaba al pecho izquierdo, no era capaz de ponerle bien al derecho, alguna que otra enfermera me ayudaba cariñosamente y me enseñaba pero sólo funcionaba con la ayuda de ellas.

Enseguida tuve la subida de leche y me empezó a doler bastante el pecho que no cogía bien mi hijo, ahí otro ángel en forma de enfermera me trajo un sacaleches para evitar que se me hiciera una mastitis y me ayudó a aprender a ponerlo, pero no lo conseguía.

Nos fuimos a casa el día de nochevieja y yo seguía luchando y mi marido insistiendo en que descansara y comprando leche y biberones, pero le mandé comprar un sacaleches, que me seguía ayudando descongestionar el pecho derecho y seguir intentando que se cogiera. Después tuvimos visita con el pediatra, que gracias a Dios es superprolactancia, y me ayudó muchísimo y convenció mi marido que me apoyara. La revisión de la enfermera y la matrona confirmaron que el agarre de mi hijo era bueno y no había frenillo ni nada, lo único que me dijeron era que era muy poderoso y que se desesperaba, me dieron trucos y consejos, algunos si me han servido, oros no funcionaron, pero empecé a buscar información en foros, vídeos tutoriales e íbamos luchando para continuar, con mucho amor y paciencia.

Difíciles momentos pasan por mi memoria, recuerdo grietas, bajadas de azúcar brutales de tener mi niño al pecho, estar tomando zumos con pajita las primeras semanas, que no soltaba pecho durante 20 horas diarias, etc. De golpe apareció también mi primer problema derivado de la cesárea: me empezó a supurar porque no guardaba reposo y las heridas en personas con mi enfermedad son un poco más complicadas, tuve que tomar antibióticos me quitaron algunas grapas para poder hacerme las curas diariamente. Pero yo seguía en mi mundo feliz porque miraba a mi hijo y tenía claro que juntos íbamos conseguir lo que haría falta para continuar.

Hasta el tercer mes tuve bastante dolor de pezones, no había ya grietas pero estaban en carne viva y veía las estrellas cuando se enganchaba, pero lo superamos.

Otro obstáculo que me encontré es la tontería que me entró en la cabeza por amamantar en público, nunca he sido vergonzosa, pero me daba miedo por si alguien me llamaba atención o me miraba raro. Así que empecé a tontear con el biberón en momentos de salidas (que eran muy pocas). Sin embargo, el niño no quería ninguna tetina y nunca cogió el chupete, así que de repente todo empezó cambiar en mi mente. También empecé a unirme a más madres lactantes y a ver la naturalidad y soltura para alimentar sus bebés en cualquier sitio y cualquier momento. Todo eso me quitó la vergüenza o lo que fuera que me cortaba sacar pecho en la calle.

La situación que vivía en mi casa no era fácil, poco después de nacer Martín mi hija mayor me comunicó que se casaba porque también estaba esperando un bebé, la noticia me sentó muy mal porque siempre ha sido una chica muy inmadura, muy poco responsable y poco consciente de todo, pero mi sitio como madre no era darle la charla, ni criticar su decisión ni nada. Lo único que podía hacer era darle mi apoyo e intentar ayudarla en todo lo que pude.

La situación económica que teníamos también era bastante precaria, solo contábamos con el sueldo de mi marido, que era bajito, aún así yo me concentraba en mi niño y a pesar de sufrir mucha tensión y frustraciones por parte de los que me rodeaban, seguíamos con la lactancia e informándome de todo que podía.

Mi hijo cumplía ya casi 5 meses cuando empezó la guerra con la enfermera para empezar la alimentación complementaria. Me negué, no lo veía necesario, la enfermera me demostró su gran desactualización como personal sanitario infantil, mi hijo era un niño que cogía peso estupendamente, creo que incluso más que estupendamente y preferí esperar, decidí empezar con el método baby led weaning.

Por aquella época pasaba por momentos muy estresantes con el embarazo de mi hija, que no iba del todo bien, había amenaza de parto prematuro y todo caía en mi, me pasaba los días en médicos y hospitales, intentando ayudarla y porteando a mi hijo, apenas descansaba. Cuando mi hijo cumplía 8 meses, le provocaron el parto a mi hija y estuvimos unos 40 horas en el hospital apoyándola, mi marido no podía ayudar porque trabajaba, era verano y hacía horas extra y no pudimos renunciar a este dinero.

Por fin llegó al mundo mi nieto, me pasé una semana en su casa ayudando y consolando también a Martín que justo rompieron sus primeros dientes y estaba más demandante que nunca, y la historia va llegando a los momentos que creo fueron más complicados de todo: a la semana de nacer mi nieto, mi yerno tuvo un accidente de moto con consecuencias trágicas, se quedó paralítico de por vida y casi no sale con vida de esto, nos pasamos más de un mes en la UCI con los dos niños y con los corazones destrozados, me tocó luchar por toda familia y no fue fácil… Me acuerdo que lo único que me daba calma era poder tumbarme con mi niño algunos momentos y ofrecerle pecho tranquilamente, luego tuve que quedarme en casa con los dos porque mi hija no quería hacerse cargo de su bebé, estaba ciega postrada sobre la cama de su marido, intubado y sedado, luchando por sobrevivir.

Después de varias cirugías, mejoró y las cosas se calmaron por llamarlo de alguna manera, pero empezaron los llantos y la búsqueda de culpables por lo ocurrido, por supuesto toda su frustración la pagó conmigo, y unas semanas después decidió irse a vivir sola al lado del hospital para poder pasar más tiempo ahí. No la pude detener, no me quiso escuchar ni dejarse ayudar, renunció a la lactancia y entregó mi nieto a desconocidas para que le cuidaran mientras no estaba ella.

Todo esto me afectó tan profundamente que a final mi cuerpo dijo basta y termine en quirófano sometida a una operación (estalló mi apéndice), me vi sola y, por primera vez, separada de mi bebé. Estaba destrozada, ahí empezó de nuevo la guerra con muchísimas medicinas, antibióticos, me dijeron que tenía que dejar dar el pecho mientras los tomaba, gracias a la ayuda de Alba, pude seguir lactando e inmediatamente aunque muy dolorida y agotada volví a casa.

Me recomendaron no hacer nada de esfuerzo durante un mes y mi hijo ya pesaba más de 10 kilos, lógicamente no pude guardar casi nada de reposo, estaba sola y mi hijo ya gateaba como un poseído, pero también lo hemos superado, digo ¿qué no se supera por un hijo?

Ahora ya casi llegando año vuelvo a estar enferma, de bronquitis y otra vez me han recetado antibióticos, otra vez mil charlas de mi entorno que destete ya, que el niño tiene muchos dientes que ya come muy bien, hasta un comentario muy feo de parte de su madrina que cuando vino de visita y le vio mamando en tono de broma le ha dicho: “cochino, ya eres muy grande para teta”. Desde este día por supuesto no he vuelto dirigirle la palabra porque me pareció horroroso que hiciera esta broma siendo ella madre.

Bueno mi historia es larguísima y me encontré casi con todo en este año, también he recibido comentarios de personas cercanas diciendo cosas como que la lactancia era muy esclava, que hasta que empezarán comer esta bien pero luego ya no le ven sentido, que como puedo dar pecho con tantos dientes, que seguro me muerde, etc.

Bueno esto para mi no tiene ninguna importancia, yo se lo que deseo y lo que siento cuando estamos unidos en estos preciosos momentos, le veo la cara de felicidad solo cuando me ve sacar pecho y lo mucho que le gusta estar pegado a mi, seguiré espero que por mucho tiempo más ya que superamos todo esto. No pienso rendirme jamás y sinceramente ya hay momentos que me pongo a pensar con tristeza que, cuando llegue momento que él ya no quiera su teti, extrañaré cada segundo de todo lo que nos da tanta felicidad, pero espero de verdad que falte mucho para que llegue este día.

Me siento muy feliz de poder compartir mi historia con los que la leerán y mi gran apoyo a todas mujeres luchadoras que están lactando, nunca pude imaginar que fuera tan especial.

Agradecimientos también muy especiales a Alba Padró Arocas y a mi amiga Irene que me han ayudado muchísimo.

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